Genealogía del antigitanismo: la buena fe y la mala sangre

by Ismael Cortés Gómez

Condenado por la Inquisición _ Lucas Velázquez, Eugenio

*Condenado por la Inquisición. Lucas Velázquez, Eugenio. 1860. Museo Nacional El Prado

 

“Cristianos viejos sin raza de judío ni de moro ni de herejes.”

“No es posible que el árbol malo dé buen fruto; la sangre infectada mancha la pureza de la fe.”

“Para mantener la paz del reino, es necesario que todos sus súbditos compartan la misma fe.”

 

Estas frases, atribuidas a Tomás de Torquemada, resumen con claridad aterradora el imaginario que vertebró la construcción de la unidad de los reinos de España entre los siglos XV y XVI: una nación que no se definía tanto por fronteras geográficas, cuanto por fronteras de sangre y de fe unificada, de genealogía depurada y de obediencia al Rey.

Este 8 de abril de 2025, el rey Felipe VI preside un acto institucional en el Congreso de los Diputados con motivo de los 600 años de la llegada del pueblo gitano a España. Este aniversario, más allá del gesto simbólico, nos obliga a repensar la historia desde una mirada crítica. ¿Cómo se ha construido un Estado que durante siglos ha excluido sistemáticamente al pueblo Gitano?

La construcción del Estado no es el resultado de un proceso democrático reciente, sino de una ingeniería político-religiosa cuidadosamente diseñada desde el siglo XV. En 1479, con la unión dinástica de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, se sentaron las bases de un proyecto de monarquía común que, sin borrar del todo las autonomías de cada reino, los subordinó a un ideal compartido: una sola fe, un solo rey, una sola lengua.

La incorporación de Navarra entre 1512 y 1515, bajo la presión militar de Fernando el Católico, completó el mapa político peninsular. Bajo Carlos I y Felipe II, este proyecto tomó forma imperial, con una administración cada vez más centralizada, una Inquisición poderosa, una lengua dominante (el castellano) y la imposición de la fe católica tanto dentro como fuera del continente. La unidad no se construyó solo desde el poder político. Se impuso desde la religión como forma ideológica de poder. La fundación del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición (1478), la expulsión de los judíos (1492), las conversiones forzadas de musulmanes (1499) y la posterior expulsión de los moriscos (1609–1614) fueron los pilares de una política de homogeneización espiritual que pretendía convertir al reino en un cuerpo moral único.

La Inquisición tuvo un alcance político, racial y social: se centró en la «limpieza de sangre» y no solo en cuestiones doctrinales. Se convirtió en un aparato del Estado, usado para disciplinar no solo la fe, sino el comportamiento y el linaje de los súbditos. En este contexto emergió el ideal del “cristiano viejo” como modelo excluyente de ciudadanía. No bastaba con adoptar la fe católica: había que serlo desde la sangre, sin “manchas” de ascendencia judía, musulmana o herética. A través de los estatutos de limpieza de sangre, se exigía probar, con genealogías que se remontaran hasta los bisabuelos, que uno no descendía de conversos. Los bautismos, los testamentos, las partidas parroquiales se transformaron en instrumentos de vigilancia. El bautismo perdió así su función espiritual y fue convertido en un acto burocrático. La fe ya no se vivía: se rastreaba. La ortodoxia era hereditaria. Como expresó Torquemada: “La sangre infectada mancha la pureza de la fe.”

El Edicto de Granada de 1492, que obligó a todos los judíos no conversos a abandonar el reino, fue el primer gran acto de limpieza étnica-religiosa. En 1499, el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros —arzobispo de Toledo y sucesor de Torquemada como confesor real— rompió los acuerdos de tolerancia con la población musulmana de Granada, quemó ejemplares del Corán en la plaza Bib-Rambla y forzó su conversión bajo amenaza de expulsión. En ese mismo año de 1499, en medio de esta atmósfera de fervor inquisitorial, los Reyes Católicos firmaron en Madrid la primera Pragmática contra los gitanos -redactada por el cardenal Cisneros-. Aunque los gitanos no eran herejes ni representaban una amenaza doctrinal, su estilo de vida —nómada, sin gremio, sin señor, sin adscripción a territorio alguno— los convirtió en enemigos del orden político y religioso. La ley les prohibía el nomadismo, les exigía asentarse, adoptar oficios reglados y vivir bajo vigilancia fija. Si no lo hacían, serían castigados con azotes, trabajos forzados o la expulsión.

Durante más de dos siglos, el pueblo gitano fue sometido a una legislación que alternaba entre la asimilación forzada y la persecución violenta. Desde nuevas leyes en el siglo XVI hasta la Gran Redada de 1749, su persecución fue constante. A los ojos del Estado, los gitanos eran irredentos, indómitos, imposibles de integrar, portadores de una rebeldía esencial.

En 1631, el jurista Juan de Quiñones de Benavente escribió el Discurso contra los gitanos, una pieza brutal que sintetiza la ideología estatal del momento: “Por su misma naturaleza son enemigos de la policía y del gobierno, y no se puede esperar fruto alguno de su enmienda.” Esta afirmación va más allá del campo de la teología y entra en el campo del discurso racial: establece que hay grupos humanos cuya naturaleza los hace enemigos de la sociedad. Ya no se trata de castigar conductas, sino de eliminar esencias. No hay redención posible. Es el paso decisivo hacia un racismo institucional, anterior a las teorías biológicas del siglo XIX, pero ya perfectamente articulado: con sus archivos, sus leyes, y su aparato burocrático de vigilancia y castigo.

La unidad de los reinos de Castilla, Aragón y Navarra no fue solo un proyecto territorial: fue un sistema ideológico que impuso una forma de ciudadanía vinculada al linaje de la sangre y a la uniformidad cultural. En esa España, judíos, moriscos y gitanos fueron los “otros internos”: tolerados a veces, perseguidos a menudo, siempre convertidos en los chivos expiatorios de los pecados de la patria.

El acto del 8 de abril de 2025, presidido por el rey Felipe VI, no debe convertirse solo en un ritual simbólico. Si queremos honrar los 600 años de presencia del pueblo Gitano en España, debemos mirar con seriedad la historia de la marginación y la violencia institucionalizada, de estigmatización persistente y de exclusión normalizada por el Estado.

Por lo tanto, conmemorar sin estudiar, recordar sin comprender, celebrar sin reparar, equivale a repetir los errores del pasado. La historia de España necesita recuperar la memoria no desde la épica, sino desde el análisis de las estructuras que sostuvieron el racismo, el clasismo y la exclusión. La genealogía del antigitanismo no debe permanecer en los márgenes de la historia nacional. Debe ocupar un lugar central en los planes educativos de nuestro sistema escolar obligatorio.

El papel de los confesores reales —Torquemada y Cisneros en particular— fue central en esta maquinaria. No solo guiaban la conciencia espiritual de los monarcas, sino que definían el bien y el mal a escala de razón de Estado. Eran guardianes de la fe monárquica, pero también ingenieros del alma colectiva, moldeadores de un cuerpo social que debía ser homogéneo. Lo inquietante es que este pensamiento teológico-político no desapareció; con el paso de los siglos reapareció, se transformó, persistió en otras formas. Cada régimen pasado (o proyecto presente) que ha soñado (o sueña) con una nación purificada, se ha inspirado en esta herencia inquisitorial. Y en el centro, persiste una idea: que el orden solo puede nacer de la uniformidad. Y que todo lo que se desvíe —en fe, en origen, o en costumbre— debe ser corregido o eliminado.

 

Ismael Cortés, Profesor Asociado en la Catedra UNESCO de Filosofía para la Paz, Universitat Jaume I.

Investigador Postdoctoral – Departamento de Historia Europea y Estudios Culturales, Universidad de Heidelberg

X: @Ismael_CortesG

 

 

 

600 años de resistencia: El pueblo gitano en la península ibérica

by Ismael Cortés Gómez

“La Vie errante des Bohémiens ou Les Marches Égyptiennes” de Jaques Callot. Petit Palais, musée des Beaux-arts de la Ville de Paris.

“La Vie errante des Bohémiens ou Les Marches Égyptiennes”, de Jaques Callot. Fuente: Petit Palais, musée des Beaux-arts de la Ville de Paris.

 

El 12 de enero de 1425, un documento firmado por el papa Martín V y ratificado por los reyes de Aragón, Navarra y Castilla marcó la llegada documentada del pueblo gitano a la península ibérica. Este salvoconducto otorgaba protección a un grupo de familias gitanas itinerantes que se identificaban como peregrinos en su camino a Compostela. Sin embargo, esta acogida duró poco. Con la fundación de la Inquisición en 1478 y la promulgación de la primera pragmática antigitana en 1499, firmada en Madrid por los Reyes Católicos, se inició un ciclo de persecución y violencia institucional que se prolongaría durante siglos.

Las distintas pragmáticas reales -alrededor de trescientas- prohibieron la lengua y la indumentaria, así como las tradiciones y los oficios gitanos; y forzaron a las comunidades gitanas a una imposible integración en un sistema social y administrativo que no les daba cabida. Los castigos reiterados iban desde la esclavitud hasta el destierro o la pena de muerte. La seriación legislativa antigitana ha buscado coartar la libertad de las comunidades gitanas, eliminar su identidad y su cultura; e incluso su aniquilación física (genocidio) con episodios ampliamente documentados como el Proyecto de Exterminio o Gran Redada de 1749: un intento deliberado de liquidación de todo un grupo étnico, perpetrado en distintos territorios peninsulares bajo la corona de Fernando VI, pergeñado por el Marqués de la Ensenada, que separó a miles de familias, dividiéndolas sistemáticamente por género y por grupos de edad, y las condenó a trabajos forzados o a la esclavitud en galeras en condiciones inhumanas.

Las últimas medidas administrativas y penitenciarias contra el pueblo gitano se extienden hasta la segunda mitad del siglo XX, y fueron emitidas por el régimen fascista, durante la dictadura franquista, suprimiendo la presunción de inocencia y persiguiendo la lengua y los oficios tradicionales gitanos. El antigitanismo, alimentado por siglos de persecución, sigue siendo hoy una de las formas de racismo más persistentes en Europa. Esta discriminación estructural ha perpetuado estereotipos que presentan al pueblo gitano como una amenaza social, justificando tanto las formas de segregación urbana, así como las formas de exclusión institucional o los estallidos racistas de violencia física y simbólica.

El reconocimiento del antigitanismo como delito de odio en el Código Penal español, en 2022, supuso un paso crucial en la lucha contra esta forma específica de racismo. La Ley Orgánica 15/2022, de 6 de julio, marcó un hito al incluir explícitamente el antigitanismo como agravante (art. 22.4) y como delito de odio (art. 510). Esta ley no solo reconoce la particular forma de discriminación sufrida por el pueblo gitano, sino que también dota al sistema jurídico de herramientas más claras para identificar, perseguir y sancionar las formas criminales de antigitanismo. Este avance legislativo es fundamental para garantizar una respuesta más efectiva a las agresiones físicas, ataques simbólicos y discriminación institucional que han afectado históricamente al pueblo gitano. Especialmente, la formación sobre el antigitanismo ha de incluirse en el trabajo cotidiano de las Fiscalías contra los Delitos de Odio, en tanto en cuanto, éstas son las unidades especializadas dentro del sistema judicial que se encargan de investigar, perseguir y sancionar los delitos motivados por el odio.

Este avance legal debe complementarse con acciones que transformen tanto las estructuras institucionales como la opinión pública. El Código Penal es una herramienta importante dentro de cualquier Estado de derecho, pero su impacto depende de un cambio cultural y estructural más profundo que abarque todos los niveles de la sociedad.

  • Concienciación cívica: Es imprescindible fomentar campañas de sensibilización tanto a nivel escolar como a nivel mediático, que desmonten los prejuicios racistas sobre el pueblo gitano y promuevan el respeto por la diversidad cultural.
  • Capacitación jurídica: Jueces, fiscales y policías deben recibir formación específica para identificar y combatir el antigitanismo en todas sus manifestaciones.
  • Acción institucional: Los casos de delitos de odio contra los gitanos deben ser tratados con la máxima diligencia, asegurando que se haga justicia y que se erradiquen las barreras estructurales que perpetúan la discriminación.

Si observamos el contexto catalán, el artículo 47 del Estatuto de Autonomía reconoce explícitamente al pueblo gitano como parte integrante de la sociedad catalana: “Los poderes públicos deben velar por el reconocimiento del pueblo gitano como parte integrante de la sociedad catalana, para la preservación y el desarrollo de su identidad cultural, sus tradiciones y su lengua.” Este reconocimiento legal subraya la contribución histórica y cultural del pueblo gitano, y establece una base para desarrollar políticas específicas que promuevan su inclusión activa en todos los ámbitos de la vida en común. Para dar un impulso a este reconocimiento, es fundamental implementar avances institucionales pendientes:

  • Representación política: Asegurar la participación de la ciudadanía gitana en las instituciones democráticas, promoviendo su acceso a cargos de responsabilidad administrativa y/o de representación en las instituciones de autogobierno de la Generalitat.
  • Promoción cultural: Crear espacios culturales dedicados a preservar y celebrar la memoria y la identidad gitana como parte esencial del patrimonio de Cataluña.
  • Ciudadanía inclusiva: Impulsar programas que conecten a las comunidades gitanas con recursos educativos, laborales y sociales, alineados con los estándares internacionales de derechos humanos.

Desde otro punto de vista, el Pacto de Estado contra el Antigitanismo, aprobado en marzo de 2023 por el Congreso de los Diputados, representa un esfuerzo crucial para combatir siglos de discriminación estructural. Este pacto, que incluye 158 medidas concretas, busca garantizar la igualdad y combatir el racismo antigitano en todas sus formas. Entre las medidas más destacadas se encuentra el punto segundo, que propone un acto ceremonial presidido por la figura institucional del monarca, Felipe VI; quien como actual jefe del Estado tendría la potestad para simbolizar la ruptura con una historia trágica, de persecución y de violencia institucional antigitana. Este gesto -escenificado desde las altas instituciones del Estado- sería un reconocimiento de los horrores históricos y marcaría el compromiso del Estado con un nuevo tiempo democrático basado en el pleno respeto hacia el pueblo gitano. Además, el Pacto de Estado contra el Antigitanismo incluye entre otras iniciativas:

  • Reformar las políticas educativas y laborales, promoviendo la igualdad de oportunidades para las comunidades y las personas gitanas.
  • Fortalecer los mecanismos legales contra el antigitanismo, asegurando que los casos de discriminación sean tratados con rigor y justicia.
  • Fomentar la recuperación y promoción de la lengua y la cultura gitanas como parte del patrimonio común compartido.

Situándonos en una perspectiva estatal, la Ley de Memoria Democrática (20/2022, de 19 de octubre) establece la creación de una Comisión de Memoria y Reconciliación con el Pueblo Gitano, con el objetivo de documentar y visibilizar los siglos de persecución. Para que esta comisión sea efectiva, es imprescindible que las comunidades gitanas lideren los procesos de recuperación de su historia. Algunas de las acciones prioritarias deberían incluir:

  • La creación de archivos vivos y museos que recojan y preserven la memoria del pueblo gitano.
  • La integración de su historia en el currículo educativo, asegurando que las nuevas generaciones comprendan y valoren su contribución a los distintos territorios y naciones históricas del Estado.
  • El desarrollo de iniciativas culturales que celebren su resistencia y resiliencia a lo largo de los siglos.

La memoria no solo es un acto de reparación simbólica, sino una herramienta para construir un marco cultural compartido que reconozca la diversidad como un valor esencial, para fortalecer la democracia frente a las amenazas totalitarias. Precisamente, en términos democráticos, la exclusión histórica del pueblo gitano tanto de los espacios de representación política, así como de las funciones de gestión propias de las instituciones de gobierno, refleja una fractura en los principios fundamentales de la igualdad y la no-discriminación.

Desafortunadamente, el 12 de enero de 1425, fecha que marcó el registro oficial de la entrada del pueblo Gitano en el Reino de Aragón, no fue el inicio de una relación de respeto, sino que inició un complejo y violento proceso histórico de persecución y resistencia. La resiliencia del pueblo gitano durante 600 años es un testimonio de su fortaleza y de su determinación. Reconocer su historia, garantizar sus derechos y celebrar su cultura es un deber del Estado y una oportunidad para construir una democracia que valore la diversidad como su mayor fortaleza. La igualdad no es un punto de partida, sino un horizonte que debemos construir juntos.

En este camino hacia la igualdad, la inclusión del pueblo gitano como una nacionalidad histórica en el Título VIII de la Constitución Española representaría una oportunidad única, para reforzar los valores democráticos y el compromiso con la justicia social, en un marco de pluralismo y reconocimiento de la diversidad. El pueblo Gitano, que este año cumple precisamente seis siglos de arraigo en el tejido social y cultural de la península Ibérica, constituye un elemento esencial de la identidad colectiva del país. Su historia de resiliencia frente a la exclusión y la discriminación, junto con su contribución al patrimonio cultural y su presencia extendida por todos los territorios del Estado, reclama un reconocimiento institucional que garantice sus derechos políticos, culturales y sociales. Este paso, además de subsanar una deuda histórica, permitiría fortalecer la cohesión social mediante la integración plena de todas las voces en el espacio público, respetando la igualdad en la diferencia.

Reconocer al pueblo gitano como nacionalidad histórica no solo responde a una necesidad de justicia, sino que también se alinea con experiencias internacionales que han sabido incorporar a comunidades históricamente marginadas como actores plenos en la esfera democrática. Diversos ordenamientos jurídicos europeos y latinoamericanos han establecido precedentes que evidencian los beneficios de otorgar derechos específicos a comunidades con una identidad diferenciada, reforzando su participación y garantizando la protección de su lengua y su cultura. El Estado español y las naciones que lo conforman, por la relevancia histórica y cultural del pueblo gitano en su configuración social, tienen una responsabilidad particular en liderar este proceso. A través de un reconocimiento efectivo, acompañado de políticas inclusivas y medidas concretas, sería posible no solo reparar siglos de exclusión, sino también avanzar hacia una sociedad más justa y plural; en la que la diversidad no sea una excepción tolerada, sino un pilar fundamental del bien común.

 

 

España, la gran ausencia en el debate europeo contra el antigitanismo

by Ismael Cortés Gómez

Comisión antigypsyism

El pasado 18 de octubre, por primera vez, los miembros de los parlamentos nacionales fueron invitados por el Parlamento Europeo para discutir los derechos fundamentales de los Romaníes, poniendo el foco en la lucha contra el antigitanismo. A este Debate Interparlamentario asistieron representantes de prácticamente todo el espectro político. Incluyendo, además de a los países miembros de la Unión Europea (UE), a dos países candidatos: Montenegro y   Kosovo. Se hicieron notar, lamentablemente, dos grandes ausencias: España e Italia.

El caso de Italia era en cierto grado previsible, debido a la sensibilidad mediática que ha provocado el “plan Salvini”: fichar a los gitanos indocumentados para expulsarlos del país. Ante lo cual, ningún partido ha propuesto un plan firme de oposición al neofascismo de la Liga Norte, a excepción de vagas alusiones a la defensa constitucional de los derechos fundamentales, que (idealmente) harían inviables este tipo de prácticas.

El caso español, sin embargo, suscita una perplejidad mayor. España se proyecta a sí misma como un modelo de inclusión con los gitanos: ¿por qué rehuir entonces del debate sobre el antigitanismo? Debates como el que tuvo lugar el pasado jueves en Bruselas, nos obligan a desempolvar las lentes y escrutar la realidad política con mirada crítica. Respecto del caso español, las antropólogas de origen romaní Ostalinda Maya y Anna Mirga, nos recordaban en El mito de la inclusión del pueblo gitano (El Mundo, 2014), que las cosas no son tal y como las  autoridades gubernamentales quieren hacerlas ver. Como recordaban las autoras: “Únicamente el 5% de los niños de etnia gitana finalizan lo estudios superiores del ciclo secundario [en España]. Los datos estadísticos son, si cabe, más chocantes cuando se considera que España está por debajo de países europeos menos desarrollados como la República Checa (30%), Hungría (22%), Rumanía (10%) y Bulgaria (9%).”

En esta línea de crítica, en febrero de 2018, la Comisión Europea contra el Racismo y la Intolerancia (ECRI), establecida por el Consejo de Europa, publicó un informe sobre España que señaló tres recomendaciones prioritarias: 1. Medidas urgentes para incrementar el porcentaje de niños y niñas gitanas que terminan la educación obligatoria. 2. El fin de la segregación urbanística, que ha dado lugar a guetos racializados que reproducen la segregación escolar de los niños y las niñas gitanas. 3. La creación de un Organismo Independiente de Promoción de la Igualdad y la Lucha contra la Discriminación, que no esté vinculado ni al gobierno ni a otros organismos públicos o privados dependientes del mismo.

Soraya Post, la europdiputada de origen romaní que organizó el Debate Interparlamentario del pasado jueves, expresó un fuerte llamado a los participantes: “Hace un año, el Parlamento Europeo aprobó mi informe sobre los aspectos de los derechos fundamentales en la integración de los romaníes en la UE, que ofrece recomendaciones programáticas y legislativas para luchar contra el antigitanismo. Espero que la reunión de la Comisión Interparlamentaria de hoy apoye a los Estados miembros, para que comiencen a tomar en serio sus responsabilidades».

Cabe pues aclarar, en qué consiste la Resolución del Parlamento Europeo sobre los aspectos de la integración de los gitanos en la Unión Europea relacionados con los derechos fundamentales: combatir el antigitanismo (25 de octubre de 2017).

La resolución, que yo mismo asesoré junto a otros analistas, propone un conjunto de 58 medidas que podrían llevar a una política compartida: para que los Estados miembros de la UE combatan el antigitanismo, estudiando sus raíces históricas, trazando paralelos a la infame historia de antisemitismo en Europa. Hasta que apareció la resolución, el «problema de los Romaníes» se había abordado simplemente como: el “atraso” de un subgrupo cultural que necesita urgentemente transformar sus propias costumbres, para integrarse en las dinámicas de la modernidad europea; sobre todo, a través del empleo y la educación. De esta manera, los respectivos gobiernos se comprometieron a apoyar la “inclusión de los gitanos”, al tiempo que permanecieron en silencio ante el racismo anti-gitano profundamente enraizado en las sociedades europeas.

En nuestra opinión, todas las políticas sociales para los romaníes resultarán infructuosas si no están respaldadas por un compromiso para combatir la discriminación racista. Actualmente, la Comisión Europea está evaluando los resultados de los Marcos Nacionales para la Inclusión de la Población Gitana. Los resultados de esta evaluación (idealmente) servirán para rediseñar los futuros marcos de políticas públicas. Creemos que el Marco de la UE para la Inclusión de la Población Gitana, después de 2020, debe someterse a una reforma profunda: en la que cada medida encaminada a la inclusión vaya acompañada de medidas para combatir la discriminación.

Se necesita un enfoque antirracista, para todas y cada una de las nuevas áreas de inclusión que entendemos deberían estar implicadas: inclusión educativa, inclusión laboral, inclusión residencial, inclusión sanitaria, inclusión cultural, inclusión mediática, inclusión científica e inclusión política. Las autoridades competentes de los Estados miembros de la UE deben estudiar, de manera rigurosa, qué factores están impidiendo la inclusión de la Población Gitana en cada una de las áreas mencionadas.

La expansión de los actuales objetivos de los marcos de inclusión, requerirá un aumento importante de los fondos de la UE asignados a la cuestión Romaní. Y la financiación ya existente requiere un gasto más efectivo. La preparación del próximo Marco de Financiación Multianual de la UE ofrece una oportunidad extraordinaria para reformar las normas de gasto de los fondos de la Economía Comunitaria, y priorizar el antirracismo en los programas de la UE.

En los tiempos presentes, cuando la Unión Europea está lidiando con su propia crisis de identidad, el combate contra el antigitanismo debe verse como parte de una batalla más amplia contra la amenaza del neofascismo etnonacionalista. Garantizar el tratamiento no discriminatorio de 6 millones de ciudadanos Romaníes sería una buena manera para que la UE afirme sus valores fundamentales. En este sentido, las próximas elecciones ofrecen una ocasión muy concreta para comenzar a pensar programas políticos alternativos. Esperamos que la UE no pierda esta oportunidad.

 

Historia de los Gitanos: del Proyecto de Exterminio a la Ciudadanía Inacabada. Entrevista a Manuel Martínez

by Ismael Cortés Gómez

Expo 2

El pasado lunes nos encontramos con el almeriense Manuel Martínez, en el Museo de Adra, donde nos hizo de guía en la exposición itinerante comisariada por él mismo, titulada “Historia de los Gitanos Españoles”. Es inspirador ver cómo de manera independiente y autogestionada, este maestro de profesión y vocación, además de doctor en Historia, ha dedicado los últimos treinta años a estudiar minuciosamente y a recuperar documentos históricos relativos a la vida de los gitanos y las gitanas en España. Manuel no solo ha recorrido los archivos de las principales ciudades y pueblos del país, sino que ha llegado incluso a comprar con su propio dinero documentos que permanecían olvidados y encerrados en colecciones privadas; y que ahora salen a la luz gracias a su impresionante labor investigadora y divulgadora. Recientemente ha publicado dos libros fundamentales para conocer la historia de los gitanos, para eliminar su invisibilidad, entender su situación en la sociedad y derribar los estereotipos acuñados durante siglos: Nunca más. Homenaje a las víctimas del proyecto de ‘Exterminio’ de la minoría gitana iniciado con la redada de 1749 (Círculo Rojo, 2015); Los gitanos y las gitanas de España a mediados del siglo XVIII: el fracaso de un proyecto de «exterminio», 1748-1765 (Universidad de Almería, 2014).

 

Manuel Martínez¿Cuándo y cómo fue su primer contacto con la comunidad gitana?

Ni en mi niñez ni en mi juventud temprana tuve acercamiento alguno a la comunidad gitana, a pesar de que Almería cuenta con una población gitana importante. Fue en mi primer destino como maestro de adultos en el Colegio de los Almendros, allá en los años 80, cuando me tocó enseñar a un grupo de gitanos, cuando realmente pude conocer a esta minoría étnica; a la que me acerqué cargado de precauciones, de las que me fui deshaciendo a medida que nos fuimos conociendo. Mi mayor sorpresa fue descubrir que ellos tomaban tantas precauciones conmigo como yo con ellos. Aunque pronto nos hicimos muy amigos. Años más tarde volví al mismo barrio, esta vez en Educación Primaria, donde enseñé a niños y niñas gitanas, que en su gran mayoría han mantenido conmigo una excelente relación de respeto y cariño hasta el día de hoy.

En los años de magisterio dedicados a la comunidad gitana, ¿cuál fue su principal lección?

Mi principal objetivo pedagógico ha sido siempre enseñar a mis alumnos y alumnas a aprender por sí mismos, insistiendo en el hecho de que una persona analfabeta es manipulable, y una persona educada tiene más herramientas para defender sus derechos. Además, en la sociedad actual, saber leer y escribir es una condición imprescindible para acceder a derechos fundamentales como son el empleo o el voto.

¿Y su principal aprendizaje?

Trabajar con gitanos y gitanas me ha enseñado a desarrollar otros métodos de trabajo. La lógica paya de encerrar a los alumnos seis horas al día en silencio, delante de una pantalla o de una pizarra, es muy limitante. Además es aburrida y frustrante, tanto para el alumno como para el maestro. Así que tuve que aprender a ampliar el aula, y a concretar la teoría en acciones de la vida cotidiana. El alumnado gitano te obliga a mostrar el lado práctico de lo que enseñas, lo que sea: matemáticas, literatura, historia, ciencias naturales… Esto me llevó al aprendizaje por proyectos: a recurrir al teatro, al deporte, a las excursiones, a las visitas a los barrios… El sentido práctico es muy importante en la pedagogía: ésta fue mi lección aprendida con los gitanos; y ésta es la lección que le queda pendiente por aprender al sistema educativo español.

Hablando del sentido práctico de las cosas, como investigador a mí me interesa especialmente la Historia Contemporánea, y más aún, lo que se conoce como Historia del Presente. Creo que el análisis del presente nos permite algo que no permite el estudio del pasado más lejano: interpelar a los poderes responsables de trabajar para aportar soluciones a los problemas que estudiamos. Sin embargo, en el caso de los Estudios Gitanos, hay una especial atención a la Edad Moderna. ¿A qué obedece este interés en su caso particular?

En mi caso fue por puro azar. Preparando mi primer artículo sobre Historia de los Gitanos, que escribí a petición de mis alumnos del colegio de adultos de los Almendros, me encontré en el archivo municipal de Almería con la historia de Indalecio Santiago: un muchacho gitano, al que apresaron en 1763, mientras iba a por mimbre a Pechina (un pueblito de Almería), para hacer cestas. Salió sin licencia y lo cogieron preso, y pasó varios días en la cárcel hasta que lo dejaron libre, a cambio de embargarle la mercancía. En el archivo se dice expresamente que era un buen hijo (en palabras del propio Alcalde), y que se encargaba de sostener a su madre porque era huérfano de padre. Acabé encontrando su partida de nacimiento en Vera, y tirando de ese hilo escribí mi primer artículo, “El avecindamiento de los Gitanos en Vera”, por el cual recibí un premio, lo cual me animó a seguir investigando. A raíz de ahí surgió el manuscrito de mi primer libro, en 1996, La Minoría Gitana de la provincia de Almería durante la Crisis del Antiguo Régimen (1750-1811); por el que me otorgaron el premio de Historia más importante de la ciudad de Almería, que conllevaba una dotación económica y la publicación del libro por el Instituto de Estudios Almerienses, que finalmente salió en 1998. Estos trabajos de investigación me hicieron ver las injusticias a las que se había sometido al pueblo gitano.

Pragmáticas

En sus dos últimos libros, usted introduce un término que no aparece en los estudios anteriores sobre la persecución y encarcelamiento de los gitanos en la Edad Moderna, me refiero a su uso del término “Proyecto de Exterminio” en lugar de “Gran Redada”. ¿Qué implica este giro conceptual?

El concepto de “Gran Redada” se lo debemos a quien yo considero mi principal maestro, Antonio Gómez Alfaro. Reconociendo el valor pionero de su trabajo, he de puntualizar que, en primer lugar, no deberíamos hablar de “Redada”, sino de “Redadas”. A la Redada del 30 de julio de 1749, le antecedieron y le sucedieron otras varias, que materializaron un Proyecto de Exterminio biológico diseñado ideológicamente por el Obispo Gaspar Vázquez de Tablada; y logísticamente planificado e implementado por el Marqués de la Ensenada. Seguir calificando este lamentable y desconocido episodio de la Historia de España como Gran Redada minimiza los hechos sucedidos. Fue todo un Proyecto de Exterminio, desplegado en distintas fases.

Desde un punto de vista político, ¿cómo capitalizó Ensenada el Proyecto de Exterminio?

El proyecto de Exterminio le supuso a Ensenada un enfrentamiento político frontal con el Capitán General de Valencia, el Duque de Caylus: impulsor desde 1754 del indulto a los gitanos y gitanas, finalmente concedido en 1765 por Carlos III, que inició una nueva política asimilacionista, concretada en la pragmática de 1783. Ahora bien, más allá de este enfrentamiento, Ensenada supo aprovechar muy bien la obsesión del Obispo de Tablada con el Exterminio de los gitanos, y la capitalizó de acuerdo a su moral utilitarista, instrumentalizando a los gitanos como mano de obra esclava, para el rearme de la armada naval española. Gracias a los Gitanos, España construyó una flota naval de gran prestigio, y pudo mantener el Imperio en las Américas. Esta operación ayudó a Ensenada a encumbrarse como estadista en materia de Guerra y Marina.

¿A qué ciudades fueron destinados los gitanos condenados a galeras?

Hasta 1640 el principal destino fue el Puerto de Santa María, y posteriormente el puerto de Cartagena.

¿Y en los arsenales?

A partir de 1749, el principal arsenal de destino fue el de la Carraca (Cádiz), aunque también hubo gitanos destinados al arsenal de La Graña (Ferrol).

¿Cuál fue el destino de las mujeres gitanas?

El destino final fue la Casa de Misericordia de Zaragoza, aunque en el trayecto, en distintos puntos de España, se fueron improvisando campos de concentración, en los que las mujeres permanecieron varios meses en sitios como: la Alcazaba de Almería, el Palacio de Carlos I en Granada, la Alcazaba de Málaga o el Castillo de Denia en Alicante. Los niños gitanos permanecían con sus madres hasta que cumplían siete años, y entonces eran enviados a los arsenales.

Moviéndonos al siglo XIX, ¿qué oportunidades para los gitanos trajo la Constitución de Cádiz de 1812?

Hubo una tremenda polémica en las Cortes de Cádiz sobre el tema de la igualdad en la incipiente Constitución. El capítulo segundo de la Constitución, titulado “De los españoles”, dice: “Son españoles: todos los hombres libres nacidos y avecindados en los dominios de las Españas, y los hijos de estos.” La condición de “avecindados” excluyó a muchos gitanos de la ciudadanía, en tanto que las autoridades negaban a los gitanos el derecho de avecindamiento: en muchos casos, los gitanos no formaban parte del padrón, situación que se mantuvo en algunos casos hasta bien entrado el tardofranquismo. Por eso, formalmente, los gitanos no alcanzaron la plena ciudadanía jurídica en el Estado español, sino hasta veinticinco años más tarde, con la Constitución de 1837.

¿Cómo repercutió el acceso a la ciudadanía en la participación de los gitanos en la vida política?

He encontrado constancia de un grupo de gitanos gaditanos liberales, que en 1825 se organizaron para hacer pintadas en las calles, pidiendo a los absolutistas que se fuesen. También en Cádiz, los gitanos protestaron contra la Constitución antiliberal de 1845. Además, en 1843, hubo un movimiento revolucionario catalán con protagonismo gitano, conocido como “La Jamancia”, inspirado en la palabra en caló, “jallar” (comer). El hambre era la principal motivación de movilización política de los gitanos de esa época, y con objeto de derribar el gobierno de Espartero, amenazaban de forma satírica con comerse a sus enemigos. La Junta Revolucionaria a la que se adhirieron los gitanos pedía justicia para todos, sin distinción de categorías. Otro episodio a destacar es la participación de los gitanos en los movimientos andaluces de reparto de tierras, en 1850 y 1860. Concretamente, en 1861, en Loja, se organizaron como una milicia bajo el liderazgo político de Rafael Pérez del Álamo, capitaneada por el gitano Antonio Arjona. Esta insurrección buscaba cambios en la distribución de la propiedad de las tierras. Esta insurrección se conoció como “La guerra del pan y el queso”, que tuvo la intención de tomar Loja y toda Granada. Rápidamente fueron derrotados por las fuerzas gubernamentales, y hubo más de 1100 condenados (entre los que se contaban algunos gitanos). Todos fueron posteriormente amnistiados, en 1862, por la reina Isabel II.

Entrando en el siglo XX, quiero ir directo a una reflexión que considero altamente relevante, en términos generacionales, para quienes nacimos después del 78. ¿Qué ganaron los gitanos en la Transición?

Primeramente, se eliminaron los artículos del reglamento interno de la Guardia Civil que convertían a los gitanos en objetivo de persecución y vigilancia. Más allá de esto, la Constitución del 78 abrió una ventana de oportunidad a los gitanos para asociarse y expresar su voz. Aunque bajo mi punto de vista, queda mucho por hacer. Hay mucha disparidad en los gitanos: políticamente falta unión. Como todos sabemos, ha habido representantes políticos de etnia gitana en partidos mayoritarios. Pero el pueblo gitano, como tal, no tiene articulación política. El tema de las elecciones no se ha sabido aprovechar, o quizás sea que la ley de partidos no permite al pueblo gitano tener fuerza electoral. Quizás habría que revisar la ley electoral… No lo sé. Reconozco que es un tema sobre el que no tengo una opinión definitiva.

¿Qué necesitarían los gitanos para entrar a formar parte de la nueva política, en la actual fase que se conoce como “Segunda Transición” o “Democracia post-15M”?

Yo diría que los gitanos necesitan recuperar algo que han ido perdiendo progresivamente: la solidaridad. En el siglo XIX, los gitanos eran muy solidarios, se ayudaban entre ellos en las situaciones más adversas. Hoy en día, los gitanos están cada vez más atomizados. Sin solidaridad interna va a ser imposible influenciar a los partidos políticos, tanto en la agenda como en la composición de listas electorales. Ahora bien, he de decir que la deshumanización sistemática a la que se ha sometido al pueblo gitano, hace muy difícil que surja una conciencia unitaria de la “gitanidad” vinculada a una autoestima positiva.

¿Cómo se alcanzaría esa conciencia?

Con educación. Sin educación nunca va a haber igualdad de oportunidades; porque las élites políticas se valen de la ignorancia para reproducirse en los puestos de poder. Más que ganar dinero, lo importante es la conciencia que uno alcanza con la educación: la conciencia de nuestro papel como miembros activos de la sociedad. Y para esto, el sistema educativo español y las distintas autonomías deberían incluir la historia del pueblo gitano a todos los niveles. Se ha de dar un tratamiento digno a la identidad gitana, no solo en la escuela, sino también en los sistemas culturales que se mueven fuera de la escuela o la universidad.

Un verdadero placer maestro.

Nada. El placer es mío.

El Archivo, la Narrativa y la Memoria. La Historia como arma contra el Antigitanismo de Estado

by Ismael Cortés Gómez

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El 16 de mayo, las principales ciudades europeas celebran la Fiesta de la Insurrección Gitana. Esta efeméride conmemora la sublevación de 1944, que supuestamente habría tenido lugar en la sección BIIe de Auschwitz-Birkenau, el conocido como Zigeunerfamilienlager (campamento de la familia gitana); el único módulo compartido por hombres, mujeres, ancianos y niños. Se cuenta que la noche del 16 de mayo, organizadas como una milicia interna, las familias gitanas se enfrentaron a los guardias de las SS – la policía militar encargada de vigilar los campos de concentración –, ya dispuestos a aplicar la solución final, la aniquilación de todos los gitanos y gitanas presentes en el campamento. Las familias gitanas habrían construido barricadas en el interior del módulo, y se habrían armado con útiles de trabajo para resistir luchando hasta las últimas consecuencias. Como resultado, repelieron el plan asesino de los esbirros de Himmler, ejecutado inexorablemente el 2 de agosto de 1944.

Originalmente impulsada desde Francia por grupos de la sociedad civil gitana, La Fête de l’Insurrection Gitane ha generado un debate teórico más allá de las fronteras francas. El dilema nuclear podría formularse así: las estrategias políticas de resarcimiento simbólico pueden resultar contraproducentes cuando los fundamentos del Antigitanismo de Estado permanecen incólumes.

A pesar del éxito político de la narrativa de la Insurrección, desde un punto de vista científico, está por demostrar lo que realmente ocurrió la noche del 16 de mayo de 1944[1]. Lo que sí está demostrado es la colaboración de la Francia de Vichy con el III Reich (1940-1944), y la implicación del  mariscal Philippe Pétain en la persecución de los enemigos internos del Estado francés: gitanos, judíos, comunistas y homosexuales. En el París de los años 40, la policía francesa estableció una íntima colaboración con la Gestapo y las SS, que fue crucial para enviar a los enemigos a campos de trabajo de esclavos (ubicados en el propio territorio francés) y a campos de exterminio (ubicados en Polonia). Parecidos ejemplos de colaboracionismo ocurrieron en Bélgica, Países Bajos, Grecia, Croacia, Eslovaquia, Hungría y Noruega. El revisionismo oficialista, sin embargo, se ha ocupado de borrar progresivamente estos episodios de la memoria nacional en todos estos Estados. Lo cual conlleva una completa impunidad.

No obstante, la  Resolución del Parlamento Europeo sobre el Antigitanismo (25 de octubre de 2017), con el objeto de iniciar un proceso de reconciliación entre la minoría gitana y los Estados de la UE, insta a la Comisión Europea a que “en aras de instaurar una confianza mutua que resulta fundamental, cree una comisión de la verdad y la reconciliación con objeto de reconocer la persecución, exclusión y repudio de los gitanos a lo largo de los siglos, a que documente esta situación en un libro blanco oficial, y a que cuente con la participación del Parlamento Europeo y de expertos romaníes en la realización de esta labor.”

Esta Comisión de la Verdad implicaría, como en el caso paradigmático de Sudáfrica, la construcción de una memoria de Estado en que la narrativa resultante estaría apoyada en archivos oficiales y en testimonios de las víctimas; y que abriría la veda a un proceso de justicia restaurativa, que debería traer medidas concretas de protección para una minoría étnica que como consecuencia de su historia, en el presente se enfrenta a: la falta de acceso o de igualdad de acceso a infraestructuras y servicios públicos; la denegación de la igualdad de derechos y de trato; la falta de presencia de gitanos/as en la formulación de políticas y en procesos de producción de conocimiento; o a su infrarrepresentación en organismos oficiales en todos los niveles de la sociedad.

Con este propósito, habría que distinguir entre narrativas ‘líquidas’ sin fundamento en los archivos oficiales o en los testimonios de los protagonistas (con mayor o menor arraigo en el imaginario del activismo cívico) y narrativas ‘sólidas’ fundamentadas en los archivos y en los testimonios. En las modernas sociedades del conocimiento, son el segundo tipo de narrativas las que adquieren fuerza de ley, apoyándose en el debate científico en tanto que instancia legitimadora de las normas que regulan la convivencia social, e instancia definitoria del horizonte de justicia hacia el que avanzar. En este marco de interpretación, la memoria oficial de los Estados democráticos pasa a ser, simultáneamente, un asunto epistémico, jurídico y político; en el que, como nos advertía Jacques Derrida en el Mal de Archivo, los símbolos manifiestamente reconocidos ocultan una historia reprimida que esconde un mal radical.

La Historia de la Diáspora Gitana en Europa se enfrenta ante esta encrucijada en la era del activismo digital transnacional: luchar por construir una narrativa sólida en tiempos de acción comunicativa líquida (o gaseosa), donde los mensajes se transforman a velocidad de vértigo y la obsolescencia programada de los discursos que compiten en la red no penetran en las raíces de los fundamentos del Antigitanismo de Estado.

[1] Para má información sobre lo sucedido el 16 de mayo de 1944 puede consultar la investigación llevada a cabo por Piotr Hele KubikaThe last stage of the functioning of the Zigeunerlager in the Birkenau Camp