De la resistencia a la revolución

by Ramón Flores

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No fue Auschwitz. Fue la dignidad.

El 16 de mayo de 1944, cientos de gitanos presos en el campo de exterminio se rebelaron. No tenían armas. Tenían rabia. Y mucha dignidad.

Ochenta años después, seguimos recordándolo como un acto heroico. Y sí, lo fue. Pero si solo lo convertimos en ceremonia y discurso, lo estamos convirtiendo en activismo de museo. En un monumento que solo mira al pasado.

El mito de la resistencia es una trampa con incienso: parece sagrado, pero huele a jaula. Porque si solo sabes resistir, estás jugando a perder. Como si ser gitano fuera una suscripción vitalicia al modo supervivencia. Y no. No hemos venido a aguantar. Hemos venido a vivir. Y no, ser gitano también es tener derecho a liderar, a transformar, a construir. A jugar el partido sin empezar perdiendo.

Nos han repetido tantas veces el mantra que casi cuela: que hay que resistir, que hay que inspirarse en los «gitanos que lo lograron», en los «referentes». Como si la única forma legítima de existir fuera triunfar en prime time.

Error de sistema: Ser digno no es un privilegio reservado a los referentes. Ser libre no es que la sociedad mayoritaria te dé una palmadita y te diga lo buen ciudadano que eres. Cambiar las cosas no pide perfección, solo decisión, porque el cambio no empieza por salir en la portada de El País.

La revolución está en una chica que levanta la mano para decir lo que tiene que decir, aunque el miedo le esté mordiendo el estómago. Con un chaval que se mete en el consejo estudiantil como quien se cuela en Hogwarts siendo muggle: sin permiso, pero con un par.

En esa familia que no acepta que la traten como sospechosa en la consulta médica. Y no hacen discursos. Hacen vida.

La revolución gitana no tiene final feliz ni banda sonora épica. No hay desfiles ni discursos motivacionales. Es un grupo de chavales que decide organizarse, formarse y ocupar espacios sin tener que justificarse por existir.

Y ahí está el punto: no se trata solo de participar como gitanos. Se trata de ser parte activa de lo común. Ecologismo. Feminismo. Derechos digitales. Justicia social. Nos han querido encerrar en el activismo étnico como si fuera un corralito con buenas intenciones.

Pues no.

No tenemos que elegir entre ser gitanos o ser ciudadanos. Somos ambas cosas y, además, podemos reventar el sistema, desde dentro. Porque el presente no se escribe desde los márgenes.

No es necesario pasar por el aro de la asimilación. No se trata de encajar en una silla ajena, sino de ampliar la mesa. De cambiar las reglas sin pedir permiso para estar.

Porque nos hemos creído el cuento de la «vulnerabilidad». Nos hemos puesto la etiqueta de «personas racializadas» como si fuera una medalla, como si ser pobres o marginados fuera una identidad digna de aplauso. Nos hemos vendido sin darnos cuenta. Hemos aprendido a hablar de nuestra opresión como si fuera el único relato que nos define, como si el dolor fuera un pasaporte a la legitimidad.

Y lo peor: nos ha gustado. Porque es más fácil dominar el lenguaje de la lástima que el de la revolución. Nos hemos puesto la corona de víctimas perpetuas. Nos hemos acomodado en el papel de los oprimidos que inspiran lástima, los que siempre «superan adversidades» pero nunca las dinamitan. Para que nos den like en sus paneles de diversidad.

Pero basta.

Somos resistentes, sí, pero obstinados, feroces e insumisos. Y, sobre todo, no necesitamos que nadie nos dé permiso para dejar de llorar y empezar a romper cosas.

Este 16 de mayo conmemoramos. Por supuesto. A quienes resistieron cuando no quedaba otra. Pero también nos toca decir, alto y claro, que resistir ya no debería ser nuestra estrategia ni nuestra razón de ser.

La memoria de nuestros antepasados no es una lápida para cargar, sino un fuego para iluminar caminos que ellos no pudieron recorrer.

Ahora toca transformar. Crear. Participar. Liderar. Sin clichés. Sin tutelas.

No más héroes solitarios. Queremos enjambres. Movimiento. Estrategia. Barrios que no pidan perdón. Juventud sin miedo.

Porque la memoria sin acción es nostalgia. Y nosotros no hemos venido a llorar.

No hemos sobrevivido siglos de persecución para convertirnos en una nota al pie en la historia de otros. Hemos resistido para reescribir la historia. Con tinta propia. Y sin pedir permiso.

No necesitamos más «referentes». Queremos que dejes de necesitarlos.

La discriminación detrás del algoritmo

by Ramón Flores

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Mientras navegamos entre la tradición de las comunidades gitanas y nuestra relación con la tecnología, observamos un fenómeno perturbador: la discriminación que este pueblo ha enfrentado durante siglos no ha desaparecido en la era digital—simplemente se ha transformado, ocultándose en los algoritmos que gobiernan nuestras vidas.

En el Día Internacional contra el Racismo, el mundo reflexiona sobre las manifestaciones evidentes de discriminación, pero existe una nueva frontera del prejuicio que permanece casi invisible: el racismo integrado en los sistemas de inteligencia artificial que ahora toman decisiones cruciales sobre nuestras vidas, desde la concesión de préstamos hasta la selección de candidatos para empleos.

Cuando buscamos términos como «gitano» o «romaní» en Google, las sugerencias automáticas revelan inmediatamente el problema: estos términos aparecen persistentemente asociados con «robos», «estafas» o «problemas». Esto no es una casualidad tecnológica, sino el resultado directo de sistemas entrenados con datos históricos impregnados de prejuicios.

Ya la investigación de Safiya Noble en Algorithms of Oppression (2018) nos daba una pista sobre lo que se avecinaba. Este estudio documenta lo que experimentan muchas personas diariamente: al buscar términos racializados como «chicas negras», los resultados son predominantemente sexualizados y degradantes, mientras que las búsquedas de «chicas blancas» ofrecen representaciones mucho más dignas y diversas. Este mismo patrón discriminatorio afecta a la comunidad gitana en el ecosistema digital.

La discriminación perpetuada por la inteligencia artificial va mucho más allá de los motores de búsqueda. Los grandes modelos de lenguaje y los sistemas de IA generativa, cada vez más presentes en procesos de selección laboral, concesión de créditos y asignación de recursos públicos, crean barreras invisibles pero infranqueables para la comunidad gitana, reproduciendo sesgos históricos con una nueva capa de aparente objetividad tecnológica.

En las redes sociales, experimentamos lo que llamo «moderación selectiva». Expresiones culturales gitanas son frecuentemente marcadas como «inapropiadas», mientras que el contenido antigitano permanece accesible bajo el amparo de la «libertad de expresión». Incluso las tecnologías de vigilancia presentan tasas de error significativamente más altas cuando analizan rostros de personas gitanas, exponiendo a la comunidad a riesgos adicionales en contextos de seguridad donde ya sufren una vigilancia desproporcionada.

La crueldad de esta discriminación digital reside en su paradoja: mientras la imagen estereotipada es hipervisible en el ecosistema digital, las voces auténticas permanecen sistemáticamente silenciadas.

Los sistemas de IA que controlan qué contenido se vuelve viral y cuál permanece invisible raramente promueven voces gitanas auténticas. Estos modelos de inteligencia artificial, entrenados con corpus de datos que infrarrepresentan nuestras experiencias, sistemáticamente suprimen nuestras narrativas mientras amplifican contenidos estereotipados sobre nuestra comunidad.

Las bases de datos que alimentan los sistemas de IA contienen, predominantemente, imágenes estereotipadas o folclóricas de gitanos, con escasa representación de nuestra diversidad profesional, académica y social actual.

Cuando una niña gitana busca imágenes de «médicos», «científicos» o «empresarios» y no puede verse representada, el mensaje implícito sobre su potencial futuro resulta devastador. Me pregunto cuántos talentos de la comunidad nunca alcanzarán su pleno desarrollo porque un algoritmo les sugirió, sutil pero persistentemente, que ciertos caminos no estaban destinados a ellos.

Sin embargo, existe esperanza. En esta fase temprana, aún estamos a tiempo de desarrollar formas innovadoras de resistencia digital. Desde la creación de conjuntos de datos más representativos hasta auditorías ciudadanas de algoritmos; debe surgir un movimiento para descolonizar el espacio digital y reclamar una narrativa propia. El Consejo de Europa ha comenzado a reconocer la necesidad de evaluaciones de impacto étnico en el desarrollo tecnológico, aunque estas medidas resultan insuficientes sin la participación directa de las comunidades afectadas.

Necesitamos un enfoque integral que incluya auditorías independientes específicas para modelos de IA, con métricas claras sobre su impacto en comunidades marginadas como la gitana, mayor diversidad en los equipos que desarrollan y entrenan estos sistemas de inteligencia artificial, acceso prioritario a educación en IA para nuestras comunidades, y marcos regulatorios que exijan no solo transparencia sino responsabilidad por el daño que estos sistemas pueden causar cuando reproducen sesgos históricos.

La tecnología no es inherentemente discriminatoria, pero tampoco es naturalmente justa. Los modelos de IA amplifican y perpetúan los sesgos presentes en sus datos de entrenamiento, y cuando estos datos reflejan siglos de marginación del pueblo gitano, el resultado es una discriminación automatizada y a escala sin precedentes, ahora legitimada por una falsa aura de objetividad matemática.

El código se ha convertido en el nuevo lenguaje del poder y debe ser sometido al mismo escrutinio crítico que aplicamos a otras estructuras sociales. La justicia social en el siglo XXI debe incluir también la justicia algorítmica. Solo así podremos asegurar que la revolución digital no reproduzca las mismas jerarquías étnicas que han marcado nuestra historia colectiva.

Ya en Cataluña, entidades como Rromane Siklovne están explorando activamente esta problemática, investigando los sesgos algorítmicos que afectan a nuestra comunidad y explorando cómo desarrollar metodologías para documentar y contrarrestar la discriminación digital, marcando un camino prometedor hacia la justicia algorítmica desde nuestra propia perspectiva.

La identidad gitana y nuestra educación tecnológica nos sitúan en una posición única para observar esta discriminación evolutiva. Vivir esta dualidad nos debe enseñar que los prejuicios más peligrosos son aquellos que se ocultan tras una fachada de objetividad. Y en el día de hoy, dedicado a confrontar el racismo en todas sus formas, es imprescindible recordar que la lucha por la igualdad debe extenderse también a los algoritmos que, silenciosamente, están dando forma a nuestro futuro común.

 

‘Aunque es de noche’: el cortometraje que llevó algo de luz a la Cañada Real

by Ramón Flores

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El pasado 10 de febrero, el cortometraje «Aunque es de noche» se alzó con el Goya al mejor cortometraje de ficción, un galardón que reconoce el trabajo de Guillermo García López, un cineasta comprometido con la realidad social de nuestro país. Su obra nos muestra la vida del mayor asentamiento irregular de Europa, situado a escasos kilómetros del centro de Madrid. Allí, miles de personas, en su mayoría de la comunidad gitana, sobreviven en condiciones de extrema precariedad, sin luz, sin agua, sin educación, sin sanidad. Sin esperanza.

La película nos introduce en el día a día de Toni, un niño de 12 años que vive en el sector más conflictivo y degradado de La Cañada, el llamado sector 6. A través de sus ojos, vemos la dura realidad de un lugar que parece no pertenecer al siglo XXI, donde la violencia, la droga y la miseria son el pan de cada día. Pero también vemos la esperanza, los sueños, la alegría y la resistencia de quienes no se resignan a ser invisibles.

García López logra crear una obra que combina la ficción y el documental, dando voz a los protagonistas reales de esta historia. Con una fotografía cuidada y una banda sonora envolvente, el cortometraje nos sumerge en un mundo paralelo, donde la luz y la oscuridad se entrelazan. Es una obra que no deja indiferente, que nos interpela, que nos emociona.

Sin embargo, el éxito de «Aunque es de noche» no servirá para cambiar la situación de este lugar. A pesar de haber sido aclamada en festivales internacionales como Cannes, donde se estrenó en 2021, la película no conseguirá despertar el interés ni la acción de las autoridades competentes. Seguirá siendo un problema sin resolver, un agujero negro en el mapa de esa Madrid llena de «libertad», una vergüenza para una sociedad que se dice moderna y abierta.

Es una ironía cruel que un documental tenga que ganar un Goya para visibilizar una realidad que afecta a miles de personas. Una paradoja que «Aunque es de noche» ilumine la pantalla mientras sus habitantes siguen estando a oscuras. Pero, sobre todo, es una tragedia que exista en pleno 2024 sin que nadie haga nada por solucionarlo.

Los gobiernos, tanto el central como el autonómico y el municipal, llevan años prometiendo planes y proyectos para mejorar las condiciones de vida de los residentes, especialmente de la comunidad gitana, la más numerosa y vulnerable. Pero sus palabras se las lleva el viento, y sus acciones son insuficientes e ineficaces. Mientras tanto, el racismo, la exclusión y la desigualdad siguen campando a sus anchas, negando los derechos más básicos a quienes viven en este lugar.

Este espacio es un símbolo de la hipocresía y la indiferencia de una sociedad que mira para otro lado, que prefiere ignorar la realidad de sus vecinos más cercanos. Es un grito de auxilio que nadie escucha, una llamada a la solidaridad que nadie atiende, una demanda de justicia que nadie satisface.

Necesita una solución urgente y digna, que respete la voluntad y la identidad de sus habitantes, que garantice su acceso a los servicios básicos, que fomente su integración y su participación social. Necesita que dejemos de verla como un problema y la veamos como una oportunidad, como una fuente de riqueza y diversidad cultural.

No obstante, la Cañada Real también es un lugar donde se respira vida, donde se tejen redes de apoyo y solidaridad, donde se crean espacios de encuentro y convivencia. Son muchos los colectivos y las personas que trabajan cada día para mejorar la situación de este lugar, desde dentro y desde fuera. Estas iniciativas demuestran que hay esperanza, que hay soluciones, que hay alternativas. Solo hace falta voluntad política y social para llevarlas a cabo.

La Cañada Real necesita que la veamos como lo que es: una parte de nosotros mismos, seamos de donde seamos.

Ven, que te empodero

by Ramón Flores

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A medida que avanzamos en el siglo XXI, nuestra sociedad se enfrenta a una creciente complejidad que ha dado lugar a un panorama desconcertante. En lugar de experimentar armonía y tranquilidad, nos encontramos inmersos en un mar de paradojas y extremos, en una era caracterizada por la polarización y los enfrentamientos. No puedo evitar recordar la antigua maldición china: «Ojalá vivas tiempos interesantes«.

Con respecto a este caos, busco explorar uno de los temas recurrentes en la esfera de las redes sociales: «la prueba del pañuelo», que surge cada cierto tiempo, como una tradición, en un debate que suscita una amplia gama de opiniones, especialmente entre los denominados «influencers».

Es indiscutible que cualquier lucha cultural desde una posición de desventaja, como la de las comunidades gitanas, es una batalla perdida antes de comenzar el juego, especialmente si se trata además de una comunidad minoritaria que no sigue la corriente de la ideología predominante de lo que está bien o mal, según los ojos de quien mire.

En el pasado, hemos examinado el fenómeno de este movimiento cuqui, que se camufla como progresista y se autoproclama defensor de los derechos humanos mientras perpetúa un paternalismo exacerbante.

En el contexto de las comunidades gitanas, observamos cómo este falso empoderamiento se manifiesta en las redes sociales, donde se brinda un apoyo incondicional a las personas pertenecientes a minorías étnicas, sobre todo mujeres, donde los «salvadores» blancos asumen roles de superhéroes en su supuesta «ayuda». Sin embargo, este tipo de empoderamiento no tiene como objetivo promover la igualdad, sino más bien preservar las posiciones de poder de los grupos dominantes, tratando a las mujeres gitanas como si fueran frágiles muñequitas que necesitan ser rescatadas.

El tema recurrente que sigue surgiendo en las redes sociales, y que resurge una vez al año, es el de la «prueba del pañuelo». A simple vista, se plantea como una manifestación patriarcal que afecta la integridad física y moral de las niñas y adolescentes que la experimentan. Desde esta perspectiva, y según los opinadores oficiales, la única opción política en un Estado que se autodenomina protector y defensor de los derechos de las mujeres parece ser la prohibición.

Dicho así, queda genial. Una proclama en defensa de los derechos de las mujeres.

­­­­- Pero, ¿y qué dicen las mujeres gitanas?
– Pues… ¿qué más da? Eso es una aberración y punto, porque eso es un puto atraso.
– Oye, pero, yo soy gitana y además, estoy en contra de esta práctica, pero, dado que vivo dentro de la comunidad, comprendo (aunque no la apruebe) el motivo detrás de esa práctica y conozco su historia y evolución.

– Da igual, no sois felices así. Estás alienada y denigran tu valía. Ojalá algún día te respetes a ti misma y te respeten.

Esto es un diálogo ficcionado, basado en uno totalmente real en Twitter.

El paternalismo se manifiesta en esta realidad. La sociedad dominante tiene una ideología paternalista, sobre todo cuando la mayoría son blancos y occidentales, y esto afecta a los símbolos e ideas culturales que difunde.

Recordemos, sin ir más lejos, las palabras de la directora de cine Arantxa Echevarría: «O cuenta una paya la situación de la mujer gitana o no la cuenta nadie. Y desgraciadamente tiene que ser una paya porque ellas no tienen voz». Este ejemplo ilustra cómo la autoridad se otorga a aquellos que no pertenecen al grupo en cuestión.

Ya Pierre Bourdieu acuñó el término “hegemonía cultural”, donde la clase dominante impone su visión del mundo a la sociedad, haciendo que parezca más natural y universal.

A esto, lo llamó violencia simbólica.

Es tan simple como transmitir valores, normas, creencias y prácticas que las clases dominantes consideran correctas, por tanto, tienen que ser aceptadas como legítimas y deseables por el resto de la sociedad. Minorías incluidas. Y esto, lo único que consigue es que la gente de a pie, sin saberlo, contribuya a que sólo unos pocos con poder de levantar la voz, mantenga su posición de privilegio y dominio.

Mucho antes, Antonio Gramsci ya instaba a los que estaban instalados en diferentes estratos sociales que crearan su propia cultura, principalmente en sociedades capitalistas, traducidas hoy como sociedades globales. Y proponía que lo hicieran precisamente para cuestionar y desafiar al poder, para construir una contra-hegemonía cultural.

Y esto es exactamente lo que llevan haciendo las comunidades gitanas desde hace siglos.

Con respecto al tema del «pañuelo», resulta curioso observar que la sociedad dominante muestra un nulo interés en el hecho de que esta práctica no es originaria de la cultura gitana, sino que nace en la cultura castellana, ya con la digna señora doña Isabel I la católica, reina de Castilla (que en gloria esté), siendo posteriormente adoptada por los grupos migrantes romaníes como una forma de adaptación cultural. Incluso a muchos les explotaría la cabeza descubrir que, en el noreste de Rusia, los gitanos no siguen esta tradición.

Más cabezas explotarían si supieran que el hecho de llevar oro encima (incluso en los dientes) no es una tradición, sino que se trataba de la forma más sencilla y segura de tener “efectivo” disponible cuando los gitanos viajaban por los caminos y cambiaban frecuentemente de lugar.
El problema es que la profecía auto-cumplida, que se refiere a la situación en la que una creencia o expectativa sobre una persona o grupo influye en su comportamiento, haciendo que se ajuste a lo que se espera de ellos, ha hecho que algunos individuos gitanos crean erróneamente que llevar un cordón gordo o un anillo gigante es una manera de ser “más gitano”, aunque eso ya es otra historia…

Volviendo al tema, es importante señalar que el empoderamiento aparente que se deriva de la participación en el activismo «cuqui» con estas proclamas supuestamente en favor de la libertad de las mujeres gitanas, también está influenciado por el sistema capitalista y, de manera paradójica, por el patriarcado histórico y predominante en Occidente. ¡Ay, las religiones!

Los defensores de estas causas, en su afán de reformar prácticas culturales, pasan por alto la realidad de que muchas de estas tradiciones representan mecanismos de autodefensa y estrategias de supervivencia. La preservación de la identidad cultural se ha convertido en un medio para resguardarse de la violencia, la hostilidad y la supremacía de las sociedades blancas que históricamente amenazaron con eliminar la existencia gitana.

Cuando se alude al «pañuelo», se insinúa que: este objeto es un indicador de la discriminación y subyugación que enfrentan las pobres gitanas, sirviendo como un emblema de la marginación y alienación arraigadas en su cultura maligna…

No obstante, y que quedo claro, no pretendo defender la práctica del «pañuelo» en este artículo. Por una razón muy simple: como individuo, que además no es mujer, carezco de poder de decisión o influencia sobre otros para decirles qué hacer, o juzgar su moralidad. Ni para definirme como juez y parte para establecer los límites del bien y del mal.

Pero, obviamente, nos encontramos ante un patrón que se repite en la historia. Se alza la voz en defensa de la mujer gitana con la intención de empoderarla, aunque lamentablemente, en la práctica, dicho esfuerzo es más una exhibición de virtuosismo moral que un compromiso genuino con su bienestar. Resulta imperativo reconocer que las mujeres gitanas enfrentan desafíos sustancialmente graves para acceder a oportunidades laborales y educación superior, por ejemplo. Además, debemos tener presente las condiciones precarias de vida que subsisten en algunas regiones de España, una nación que se percibe como un ejemplo de libertad y comodidad, pero donde algunas comunidades gitanas aún carecen de servicios básicos como electricidad y agua corriente.

Qué casualidad que este tema nunca se vuelva viral ni genere debate…

Es innegable que siempre prevalece la priorización de un discurso atractivo y morboso que genera una cantidad significativa de aprobación social y muchos “followers”. Esto recuerda a la experiencia de la mujer musulmana en occidente, cuya decisión de usar o no el hijab se ha convertido en un punto de debate y controversia. De manera similar, la mujer gitana se ha convertido en el nuevo objetivo de aquellos que desean ser salvadores de las minorías étnicas.

Es fundamental que se otorgue voz a las propias mujeres afectadas por estas cuestiones para que puedan debatir y decidir por sí mismas, si así lo desean. Sin embargo, asumir que deben hacerlo simplemente porque movimientos bienintencionados lo consideran correcto es reduccionista y contraproducente.

Y es racista.

Y etnocéntrico.

Esta perspectiva es injusta, ya que simplifica cuestiones complejas sin tener en cuenta la diversidad y la voz de las mujeres que experimentan estas realidades.

Es esencial comprender que no se trata de una defensa ciega o un rechazo absoluto de prácticas culturales específicas, sino de situarlas en su contexto histórico, cultural y político, respetando en todo momento la libertad y dignidad de las mujeres que eligen o rechazan dichas prácticas. Las mujeres gitanas no son meras marionetas ni víctimas pasivas de sus tradiciones, sino agentes activos que luchan por sus derechos y su identidad. En consecuencia, resulta imperativo escuchar sus voces y experiencias, sin imponerles un único modelo de feminismo o emancipación.

Y, sobre todo, es esencial recordar que no todos los que tienen una cuenta de Twitter están debidamente cualificados para opinar sobre todas las cuestiones…

Vinicius no es gitano

by Ramón Flores

Vinicius no es gitano

Se acerca el 30 de julio, día en que se recuerda el exterminio que el Estado español llevó a cabo con el Pueblo Gitano en 1749. En Cataluña, la fecha ha sido declarada Día de Lucha contra el Antigitanismo. Es una fecha que nos sirve para llamar la atención de la sociedad en torno al racismo.

No vamos a descubrir ahora que el racismo sigue siendo una preocupante lacra social y su presencia también se manifiesta incluso en el ámbito futbolístico, como hemos visto en este último tramo de la Liga con Vinicius como protagonista, asunto sobre el que voy a reflexionar.

Los incidentes racistas, más allá de su número o su repercusión mediática, revelan la influencia y el poder del entramado político y social. El poder, con sus hilos invisibles, manipula y moldea la narrativa según sus intereses, decide qué denunciar y qué silenciar, y utiliza el racismo como un comodín para ganar votos.

Este poder, que se extiende como un pulpo, dicta su propio relato, sin importarle la competencia justa ni los valores deportivos. No busca ganar, sino humillar. No se trata de un problema personal, sino de negocios. Y en estos negocios, todo está permitido.

En el fútbol, al igual que en la historia, los vencedores escriben su propia versión. Los poderosos, con sus altavoces ensordecedores, controlan el discurso, manipulan los titulares y utilizan a sus marionetas para difundir su mensaje. No se trata de fútbol si no de quien puede permitirse que prevalezca su justicia y…su racismo.

El poder tiene un séquito de seguidores y cuando algo les molesta, sueltan a sus perros de presa. Sus medios desinformativos se encargan de vender y propagar sus consignas, día tras día, programa tras programa, portada tras portada. No importa si es en las tertulias matutinas, los programas de entretenimiento vespertinos o los debates nocturnos.

Denuncian el odio cuando afecta a uno de los suyos, pero permiten que los suyos acosen, injurien e insulten a otros en sus canales oficiales. Levantan la bandera de la tolerancia, pero toleran que los suyos, desde las redes sociales y bajo el anonimato, persigan y ataquen sistemáticamente a quienes piensan diferente. La tolerancia se vuelve una farsa. Y aquí entran todos los actores que componen la sociedad: partidos políticos, sociedades civiles, prensa, clubs de fútbol, grandes compañías, lobbys… Todo.

Para muestra lo que sucedió con el jugador Vinicius Jr., brasileño y negro, pero jugador de un equipo distinto… Una reacción racista en un campo de fútbol a un jugador con una camiseta concreta y: ¡Boom! Todas los medios locales, autonómicos, nacionales, internacionales con la maquinaria encendida. Declaraciones políticas e institucionales.

El circo mediático, social y político fue tan divertido que hasta la ONU y Estados Unidos (¡Estados Unidos! Te tienes que reír…) condenaron los insultos racistas hacia el jugador brasileño.

TODOS CONTRA EL RACISMO.

Sin embargo, el 25 de enero de 2020 en el estadio de Cornellà mientras se disputaba el partido Espanyol–Athletic de Bilbao, un grupo de ¿aficionados?, insultaron y menospreciaron al jugador vasco Iñaki Williams, con actitudes y palabras racistas, con el claro objetivo de humillarlo y faltarle el respeto a su dignidad.

¿Recuerdan este caso? Probablemente no. Los medios no abrieron sus informativos con la historia de Iñaki Williams. Los políticos no hicieron declaraciones ni tuitearon nada sobre el tema. La embajada de España en Ghana (país de origen familiar del jugador nacido en Bilbao) no recibió manifestaciones como sí ocurrió en la  embajada en Brasil.

El relato es más o menos el mismo que ocurrió con George Floyd en Estados Unidos. Y poco después, un policía en la República Checa presionó con su rodilla el cuello de Stanislav, de origen gitano y residente en la localidad de Teplice, hasta quitarle la vida, asesinándolo.

¿Alguien en este planeta recuerda a Stanislav Tomáš? Nadie, por supuesto.

Aquí sí lo hicimos, por cierto.

En este panorama, están los buenistas que buscan mantenerse en su posición, levantando la voz en momentos oportunos sin arriesgar su estabilidad. Por otro lado, los tibios equidistantes que presumen de su supuesta independencia, pero que han olvidado su espíritu denunciante al aferrarse al estatus que los protege y les proporciona privilegios de meros observadores.

El racismo a la carta empieza a expandirse sin restricciones y ya vemos que algunas vidas, o el honor de ciertas personas, valen más que otros. Todo depende de quién denuncie. Todo depende del poder que ostente quien alza la voz.

Si eres un pobre desgraciado, gitano para más pena, de un país no muy conocido, amigo, lo tienes jodido… Ahora bien, si eres un deportista rico y famoso, lo tienes chupado.

Todos, de una u otra manera, somos cómplices del problema. La tolerancia ha perdido su auténtico significado y se ha convertido en una mera máscara vacía que encubre la inacción. Es imperativo enfrentar el racismo a través de una educación sólida y una legislación firme, cuestionando la manipulación del poder en todas sus manifestaciones. Los medios de comunicación, la sociedad civil y toda la humanidad deben recuperar su papel crítico, alejándose de intereses partidistas y luchando por la honestidad y la independencia.

No podemos permitir que la atención y la indignación se concentren exclusivamente en los casos mediáticos, relegando al olvido a otros que también claman por justicia. No debemos tolerar que insulten a Vinicius por el color de su piel. No debemos permitir que las personas de la Cañada Real se queden sin electricidad. No es sostenible que asesinen a un ciudadano gitano y que su autor quede impune.

Es esencial reconocer que el racismo no distingue fama, riqueza o estatus social. Afecta a personas de todas las condiciones, y sus consecuencias son igualmente perjudiciales y deshumanizadoras. Ya es suficiente que unos pocos privilegiados monopolicen la lucha contra el racismo, dejando a otros en un panorama desolador.

La tolerancia y la justicia no pueden estar subordinadas al poder y la influencia. Ha llegado el momento de que el mundo despierte y reconozca que no podemos permitir que unos pocos decidan qué formas de racismo son más importantes que otras. Todos los casos merecen nuestra atención y acción. El momento de actuar es ahora.

*La imagen que acompaña el texto ha sido creada con la ayuda de DALL·E 2