‘Aunque es de noche’: el cortometraje que llevó algo de luz a la Cañada Real

por Ramón Flores

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El pasado 10 de febrero, el cortometraje «Aunque es de noche» se alzó con el Goya al mejor cortometraje de ficción, un galardón que reconoce el trabajo de Guillermo García López, un cineasta comprometido con la realidad social de nuestro país. Su obra nos muestra la vida del mayor asentamiento irregular de Europa, situado a escasos kilómetros del centro de Madrid. Allí, miles de personas, en su mayoría de la comunidad gitana, sobreviven en condiciones de extrema precariedad, sin luz, sin agua, sin educación, sin sanidad. Sin esperanza.

La película nos introduce en el día a día de Toni, un niño de 12 años que vive en el sector más conflictivo y degradado de La Cañada, el llamado sector 6. A través de sus ojos, vemos la dura realidad de un lugar que parece no pertenecer al siglo XXI, donde la violencia, la droga y la miseria son el pan de cada día. Pero también vemos la esperanza, los sueños, la alegría y la resistencia de quienes no se resignan a ser invisibles.

García López logra crear una obra que combina la ficción y el documental, dando voz a los protagonistas reales de esta historia. Con una fotografía cuidada y una banda sonora envolvente, el cortometraje nos sumerge en un mundo paralelo, donde la luz y la oscuridad se entrelazan. Es una obra que no deja indiferente, que nos interpela, que nos emociona.

Sin embargo, el éxito de «Aunque es de noche» no servirá para cambiar la situación de este lugar. A pesar de haber sido aclamada en festivales internacionales como Cannes, donde se estrenó en 2021, la película no conseguirá despertar el interés ni la acción de las autoridades competentes. Seguirá siendo un problema sin resolver, un agujero negro en el mapa de esa Madrid llena de «libertad», una vergüenza para una sociedad que se dice moderna y abierta.

Es una ironía cruel que un documental tenga que ganar un Goya para visibilizar una realidad que afecta a miles de personas. Una paradoja que «Aunque es de noche» ilumine la pantalla mientras sus habitantes siguen estando a oscuras. Pero, sobre todo, es una tragedia que exista en pleno 2024 sin que nadie haga nada por solucionarlo.

Los gobiernos, tanto el central como el autonómico y el municipal, llevan años prometiendo planes y proyectos para mejorar las condiciones de vida de los residentes, especialmente de la comunidad gitana, la más numerosa y vulnerable. Pero sus palabras se las lleva el viento, y sus acciones son insuficientes e ineficaces. Mientras tanto, el racismo, la exclusión y la desigualdad siguen campando a sus anchas, negando los derechos más básicos a quienes viven en este lugar.

Este espacio es un símbolo de la hipocresía y la indiferencia de una sociedad que mira para otro lado, que prefiere ignorar la realidad de sus vecinos más cercanos. Es un grito de auxilio que nadie escucha, una llamada a la solidaridad que nadie atiende, una demanda de justicia que nadie satisface.

Necesita una solución urgente y digna, que respete la voluntad y la identidad de sus habitantes, que garantice su acceso a los servicios básicos, que fomente su integración y su participación social. Necesita que dejemos de verla como un problema y la veamos como una oportunidad, como una fuente de riqueza y diversidad cultural.

No obstante, la Cañada Real también es un lugar donde se respira vida, donde se tejen redes de apoyo y solidaridad, donde se crean espacios de encuentro y convivencia. Son muchos los colectivos y las personas que trabajan cada día para mejorar la situación de este lugar, desde dentro y desde fuera. Estas iniciativas demuestran que hay esperanza, que hay soluciones, que hay alternativas. Solo hace falta voluntad política y social para llevarlas a cabo.

La Cañada Real necesita que la veamos como lo que es: una parte de nosotros mismos, seamos de donde seamos.