Ser mujer y gitana

por Noemí Fernández Navarro

Me vienen a la mente las mujeres gitanas que llegaron a España hace seiscientos años, mujeres que llevaban vestidos de colores alegres, que no tenían ningún inconveniente en salir a trabajar fuera de casa y que eran libres o al menos eran más libres que las mujeres españolas de la época.

Me imagino a las mujeres de la sociedad feudal tan conservadoras. Imaginad si ya estaban molestas porque los gitanos eran libres, como deberían haber percibido el hecho de que las mujeres gitanas gozaban de libertades que en aquella sociedad española eran confundidas con el libertinaje. No era el mejor ejemplo de normalidad, gitanos y gitanas con iguales condiciones. ¿Cómo los ojos de una mujer no gitana de la época reaccionaba ante hechos como no recogerse ni esconder el cabello? Eran simplemente muestras de una vida pecaminosa.

Personalmente pienso que España no estaba preparada para los gitanos, y la peor parte es que tuvimos que renunciar a parte de nuestra identidad para poder sobrevivir.

Pero debemos dejar claro que la mujer gitana no ha sido nunca conformista, sino que ha luchado siempre ante las injusticias. Como ejemplo la rebelión de las mujeres gitanas hablamos del 16 de mayo, día de la resistencia gitana.

Ese día los oficiales de las SS del campo de Auschwitz llegaron con la intención de exterminar a las personas gitanas que había en el campo. Las mujeres gitanas actuaron para resistir el ataque y se rebelaron mostrando así que no se sometían ni se iban a conformar. Hicieron uso de todo lo que tenían a su alcance -barras de pan, palos, hierros de las camas y piedras, y así detener el exterminio de su pueblo. Debe hacerse eco de que este es el único caso de rebelión que se conoce en el campo de concentración de Auschwitz.

Otro caso de rebelión lo ubicamos en Zaragoza en septiembre de 1752. En la cárcel de la Real Casa de la Misericordia, las mujeres gitanas no se resignaban a ser prisioneras después de que sus maridos habían sido enviados a galeras. Las mujeres cuando llegaban a la prisión, en numerosas ocasiones lo hacían desnudas y sin calzado, para rebelarse y mostrar que siempre habían sido libres; de este modo confundían a los funcionarios y evitaban también la presencia de sacerdotes y misioneros, así como evitar la obligación de ir a misa. Además se constata que en numerosas ocasiones se produjeron fugas por parte de las mujeres gitanas de este centro, y lo hacían también desnudas, lo que provocaba gran consternación en el pueblo.

La mujer gitana no era una mujer sumisa ni lo es hoy en día.

Según los registros censales que se hicieron durante el siglo XVIII se ha comprobado que los empleos de las mujeres gitanas eran: vendedoras de ropa y joyas, artesanas haciendo cestos y canastas, lavanderas, costureras, vendedoras de buñuelos, hiladoras, vendedoras ambulantes, praticaban la venta de productos alimenticios, eran también panaderas, tratantes de animales, trabajaban en el servicio doméstico, algunas se dedicaban al corretaje de joyas e incluso, algunas trabajaban como comadronas. Esta larga lista de profesiones evidencia que, la mujer gitana de la época tenía capacidad y formación suficiente para acceder a un oficio. Hoy día la mujer gitana tiene presencia en prácticamente todos los ámbitos y sectores laborales, aunque en menor medida que el resto de mujeres, sin embargo es un hecho indicativo de que la mujer gitana tiene una gran capacidad de esfuerzo y sobre todo de adaptación a las circunstancias externas.

La mujer gitana sufre una triple discriminación: es mujer, pertenece a una minoría étnica subordinada y normalmente no dispone de la formación reglada necesaria para acceder en condiciones de igualdad en el mundo laboral, así como en otros ámbitos de participación social y ciudadana. Destacamos que esta falta de formación viene dada, entre otros motivos, por el prejuicio de que la mujer gitana no llegará lejos ya que tendrá un matrimonio precoz. Un prejuicio que no debemos olvidar que surge de la sociedad no gitana con el pueblo gitano y representa a las mujeres como sumisas.

Tal y como afirmaban Rosenthal y Jacobson en su concepto «Efecto Pigmalión»: «Las expectativas y previsiones de los profesores sobre la forma en que de alguna manera se conducirían los alumnos, determinan precisamente las conductas que los profesores esperaban».

Me gustaría hablar también en torno al machismo de la cultura gitana. La sociedad en sí es machista y debemos tener en cuenta el efecto pigmalión de nuevo. El hombre gitano reproduce las estructuras de poder que dominan en los no gitanos, y dentro de estas estructuras también se engloba la forma de tratar a las mujeres. Pero no por ello se puede afirmar que el pueblo gitano es un pueblo machista.

Hay que trabajar mucho y tener mucha voluntad para lograr que todos estos prejuicios se desarraiguen. Pongo un ejemplo: cuando la mujer gitana logra superar este primer obstáculo y obtiene una formación reglada, llega al mercado laboral y sufre una segunda discriminación por el hecho de ser gitana. Esta discriminación se extiende también a otros ámbitos, como cuando se quiere acceder al alquiler de un piso, o cuando quieres acceder a un lugar de ocio y el acceso al mismo se restringe sin fundamento.

La sociedad mayoritaria debe empezar a ver al pueblo gitano como un pueblo heterogéneo en el que conviven personas con diferentes maneras de pensar, de vivir y de sentir.

Por este motivo es muy necesario no percibir a la mujer gitana con estereotipos que acaban configurando un único modelo sujeto a una imagen preconcebida de sumisión. Las mujeres gitanas somos y tenemos situaciones muy diferentes que nos rodean y configuran; pero al situarnos rodeadas de las dificultades de esta sociedad nos mantenemos firmes y en la lucha.